Rakú, la belleza de lo inesperado

Descubre el origen y la filosofía del rakú, una técnica cerámica japonesa que fusiona tradición y transformación.

Rakú, la belleza de lo inesperado

Máscara rakú de Luis Flores Lozada. Fotografía de Gabriela Borraz / gabrielaborraz.com

"Pero en rakú, no se trata de imitar, sino de permitir el azar." — David Zimbrón

La herencia de la familia Raku

La cerámica rakú tuvo sus inicios en Japón a mediados del siglo XVI con Chôjirô, considerado como el fundador y antepasado de la familia Raku 1. Con el tiempo, “Raku” pasó de ser una forma de hacer cuencos para el té a convertirse en el apellido de la familia que los producía 2.


Hoy en día, el término raku-yaki se utiliza de forma más amplia para referirse a una técnica cerámica reconocida y practicada en todo el mundo. Esta técnica consiste en retirar las piezas del horno cuando el esmalte alcanza su punto de fusión o maduración —a temperaturas cercanas a los 1000 °C— y son colocadas inmediatamente en contenedores con materiales inflamables como hojas secas, aserrín o papel.


Este procedimiento genera un choque térmico muy violento que combinado con la combustión de la materia orgánica, provoca una reducción de oxígeno. El resultado es una alteración química de los óxidos presentes en el esmalte, produciendo efectos imprevisibles: texturas craqueladas, tonos metálicos o iridiscencias y que nunca se repiten de la misma forma.

Raku-yaki y la ceremonia del té

El origen del rakú está profundamente ligado a la ceremonia del té en Japón (chanoyu) y a la filosofía Zen, que valora la simplicidad, la imperfección y la transitoriedad. Esta tradición encuentra en lo irregular y en lo que muestra las huellas del tiempo, una forma de verdad y de belleza. Las piezas de rakú que originalmente se usaban como cuencos para el té (chawan), encarnan estos principios: son únicas, irregulares, modestas y profundamente valiosas.


Lo que hace del rakú una técnica tan singular es su tendencia al azar como parte del proceso creativo. La transformación que ocurre en cuestión de segundos, cuando las piezas se extraen del horno al rojo vivo y se enfrentan al fuego, al humo o al agua, es un momento determinante que escapa del control absoluto y se convierte en una experiencia imprevisible con los elementos.


En este sentido, el papel del ceramista no es imponer su voluntad sobre la materia, sino acompañarla. No como quien domina, sino como aquel que es testigo, buscando la belleza en lo inesperado a lo largo de todo el proceso de transformación de la materia.

Cuenco de té blanco de Raku Kichizaemon XV
Cuenco de té rakú blanco estilo Yakinuki, titulado Geki, obra de Raku Kichizaemon XV / Annely Juda Fine Art

¿Qué se necesita para hacer rakú?

Uno de los aspectos fundamentales para llevar a cabo con éxito el proceso de cocción rakú es el tipo de pasta cerámica a utilizar. Esta debe ser capaz de resistir el violento choque térmico característico de esta técnica, por lo que resulta imprescindible que contenga una buena proporción de arcilla refractaria. Según la maestra Mercedes González, una fórmula adecuada para rakú está compuesta por un 50% de arcilla, 25% de talco y 25% de chamota fina 3. Además, se recomienda realizar una primera cochura —también conocida como “sancocho”— antes de aplicar el esmalte, ya que la monococción conlleva mayores riesgos de fractura durante la quema.


En cuanto a los esmaltes, gran parte de los efectos más llamativos del rakú provienen del uso de sales metálicas, especialmente de los llamados metales de transición. Óxidos de cobre, hierro, cromo o manganeso son algunos de los más empleados, ya que reaccionan en la atmósfera de reducción generada durante la combustión, produciendo iridiscencias, tonos metálicos, craquelados y variaciones de color imposibles de replicar. Sin embargo, como advierte el maestro David Zimbrón, muchos de estos compuestos son altamente tóxicos debido a su solubilidad, por lo que deben manipularse siempre con extrema precaución y con el equipo de seguridad adecuado.


Para generar esa atmósfera reductora tan característica del rakú, es necesario introducir materiales inflamables en el contenedor donde se depositan las piezas al rojo vivo. Entre los más comunes se encuentran hojas secas, aserrín, papel o cartón. No obstante, también se ha experimentado con materiales menos convencionales, como plumas, crin de caballo, cáscaras vegetales o incluso algas marinas. Cada uno de estos elementos aporta matices distintos al acabado final de las piezas, haciendo de cada cocción un proceso único e irrepetible.


Finalmente, para manipular las piezas recién salidas del horno —a más de 900 °C— es indispensable utilizar pinzas largas y vestir con el equipo de protección adecuado: guantes resistentes al calor, mascarilla, gafas de seguridad, ropa de manga larga preferentemente de algodón, calzado cerrado y el cabello recogido. Es fundamental evitar telas sintéticas, ya que son altamente inflamables. En definitiva, es nuestra responsabilidad hacer del rakú una experiencia segura y significativa. Incluso antes de encender el horno, puede ser útil practicar la manipulación de las piezas, simulando el traslado al contenedor, para familiarizarse con los movimientos y reducir riesgos durante la cocción real.

Personas con equipo de protección manipulando piezas incandescentes de cerámica durante una cocción rakú.
Quema de rakú en la Escuela de Artesanías del INBA, 2024. Fotografía de Gabriela Borraz / gabrielaborraz.com

Rakú en la cerámica contemporánea

La técnica del rakú ha trascendido sus raíces japonesas para convertirse en una forma de expresión artística adoptada por ceramistas de todo el mundo. Hoy en día, se practica en escuelas y talleres de todos los niveles, siendo una actividad muy apreciada no solo por su riqueza estética, sino también por su carácter libre y espiritual.


Esta libertad creativa hace que cada cocción se viva como una experiencia única e irrepetible, donde lo esencial es el proceso de creación y transformación a través del fuego. Así, el rakú sigue evolucionando, adaptándose a nuevas visiones y contextos geográficos, sin perder su esencia ligada a lo efímero, lo imperfecto y lo inesperado.


Actualmente, existen múltiples variantes experimentales que amplían las posibilidades expresivas del rakú tradicional. Algunas de ellas exploran nuevas atmósferas de reducción, como el rakú con alcohol, donde los materiales inflamables convencionales —como el aserrín o el papel— son sustituidos por la combustión inmediata del alcohol al entrar en contacto con la pieza caliente.


En el siguiente post, exploraremos algunas de estas reinterpretaciones contemporáneas del rakú, como el naked rakú, el obvara (también conocido como rakú báltico), la cocción en hoyo (pit firing), entre otras técnicas que siguen expandiendo los horizontes de esta antigua práctica.

Este espacio nace del deseo de compartir y construir una comunidad alrededor de la cerámica.
Todo el contenido está hecho con esmero y entusiasmo, con la intención de aportar algo valioso. ¡Gracias por visitar el post! ❤️‍🔥

Notas a pie de página:

Fuentes de consulta:

Redacción: Gabriela Borraz

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